martes, 30 de agosto de 2016

¿Dónde está el jefe de sala? ¿Dónde está el jefe de sala? Caminaba frenética por los pasillos del hotel, corrigiendo las pequeñas imperfecciones que, dejadas de su cuenta, se convertirían en un mega desastre. Es un señor de chaqueta beige, estaba sentado al final del salón me dijo una de las chicas de protocolo.  Me asomé por las ventanillas: ahí estaba, mira y jugando con el celular, con razón este salón es un desastre, pensé.  Sonreí, abrí la puerta y avancé como una tromba hacia el ocioso empleado del hotel que hacía peligrar mi evento de 650 personas.

Crucé en segundos la distancia que nos separaba, yo con mi sonrisa y el hombre me miró.  Cuando ya estaba demasiado cerca para detenerme o cambiar de rumbo noté en el cuello del hombre LA CINTA GRIS, la cinta gris que distinguía a los ponentes del resto de los asistentes al evento. Mayday! Mayday! Piensa, piensa, piensa... "Buenas tardes licenciado, permítame presentarme, soy María Victoria, del equipo organizador del evento" y le dí la mano a un sorprendido licenciado Bermúdez de tan, extraño recibimiento.

Me senté a su lado, ya no podía seguir corriendo a resolver los mini detalles que atentaban contra mi perfección.  Por lo menos unos instantes debía departir con Héctor Bermúdez que había cruzado medio país para darnos, al día siguiente, su ponencia.  Blanco, bajito, gordito y tremendamente agradable, pasé casi 15 minutos conversando con Bermúdez y no me di ni cuenta, hasta que ví al equipo de protocolo con cara de catástrofe aérea.

miércoles, 1 de octubre de 2014

En cuenta regresiva

Despojada de optimismo o terquedad, sólo me queda una cuenta regresiva, un tic tac, como una bomba a punto de explotar. Quedarse o irse es la misma incertidumbre. ¿Me quedo? ¿Me voy? y en ese eterno ritornello, como quien deshoja una margarita, se me han pasado los minutos, días, semanas, meses, 16 años de la vida.

Me quedo. Sí, me quedo y le echo ganas a la vida, le pongo el pecho a las balas, me arriesgo a vivir bajo este azul tan inmenso, en este verde espectacular, con el gusto a dulce de lechoza en los labios.  Me quedo, claro que me quedo, porque irme es rendirse, es decirles a los malos que ganaron, que pudieron conmigo.  Por supuesto que me quedo, porque el exilio es una cosa horrible que te borra el presente y te deja atrapado en un laberinto de recuerdos.  Me quedo para que la vida de mi padre tenga algún sentido 20 años después de su muerte.

Entonces me quedo, me ilusiono con un amor, con un camino, con miles y miles de utopías en este país de mariposas multicolores y cucarachas que vuelan.  En una madrugada, siempre es de madrugada, aparece una arpía -a quien el odio no termina de llevársela a donde se la tiene que llevar- a destrozar los sueños, a inundar de pesadillas los días, a convertir en trizas el trabajo de hormiguita que hicimos.  Lloré en tantas madrugadas desesperanzadas frente a la televisión que llegué a creer que se me habían acabado las lágrimas.

Es que la vida no se acaba con estos madrugonazos María Victoria, me dice mi ya envejecida madre.  Hay que seguir adelante.  Sigo adelante, a la voz de la inspiración. Sigo trabajando por un mejor país. ¿Y si me dedico a enseñar? El futuro son los jóvenes, me digo.  Es que yo ya no soy joven, aunque quiera seguirlo siendo.  Se me han ido 16 años en esto.  Aparece la oportunidad, pero era capricho, pura vanidad. Eran jóvenes solo en la cédula de identidad. Cuarenta y dos ancianos frente a mí, destilando mediocridad, exigiendo ser eximidos por el sólo hecho de estar en la lista de clases. Me quedé ahí, con mis artilugios y mi magia, mis campanitas de cristal, mis lápices de colores. ¿Qué? ¿No quieren aprender?  Airam con su vocecita me dijo: "María Victoria, ellos siempre han sido así.  Yo quiero aprender de tí, pero sabes, no tiene sentido que pierdas tu tiempo con nosotros. Sigue tu vida."

Seguí mi vida, pero la idea de irme me perseguía en sueños, en hermosos sueños. Mientras, lo cotidiano, se iba convirtiendo en pesadillas.  Pesadillas de trabajos atrasados, atrasados por el cliente, por los inquilinos, por los trabajadores, por el registro, por el tráfico y finalmente, por mí misma, porque todo esto me fastidia y me agota.  Me agota tanto que se me olvida decirle "TE AMO" al ser más espectacular que ha llegado a mi vida en estos dieciseis años. Me agota tanto que se me olvida sonreír. Me cansa tanto todo esto que he dejado mis tacones porque no sé dónde, cuándo, cómo, por qué o para qué tengo que hacer una cola: cola para pagar una crema dental, para preguntar cuánto cuesta un par de zapatos, para que me atiendan en el banco, para mantenerme viva.

No olvidaré nunca el día en que decidí irme de aquí. 25 de Junio de 2014, eran las 6 de la tarde. Una de las ancianas con disfraz de joven me escribió: "Profe: mataron a Airam"  Ella, la de la vocecita, la que quería aprender de mí, ella que era como un boquete de esperanza, ya no estaba. Me quedé en shock. No pude llorar, no pude gritar, no pude hacer nada.  Solo levanté la vista del teléfono y le dije a mi madre y a Mr. N "Mataron a Airam, mi alumna". No les dije que siento como un poquito de mi fe se fue con ella, como sentí desgarrarme el alma. No fui a su velorio. No voy a velorios que no sean de la familia. No voy a llorar a alguien que conocí 3 meses.  Aquí estoy escribiendo, llorando y recordando sus últimas palabras. "Son las cinco de la tarde. Ven María Victoria a dar tu clase" Me las escribió una semana después que renuncié, que decidí llevarme mis lápices de colores porque no valía la pena, aunque ella, sólo ella valía la pena.

Desde ese día todo ha sido "Me tengo que ir".  Irme antes que este país me mate.  ¿Saben algo? Este país ya me mató. Acabó mis sueños, acabó mis ganas de echar para delante, acabó mi confianza, acabó mis alegrías, acabó mis sonrisas. Este país se robó mi vida, mis anhelos, mis ganas de tener hijos, todo se lo chupó como un agujero negro. Me levanto un día tras otro y nada me motiva. Nada más me motiva que irme. Irme arrastrando este cuerpo y dos maletas con los dólares que pueda comprar. Irme al país que me de cobijo. Irme desterrada. Sin patria. Sin cielos azules, sin cerros verdes, sin limoneros en flor, sin canciones, sin aguas multicolores. Solo irme a ver si en alguna parte aprendo nuevamente a vivir, a ver si en alguna parte vuelvo a ser yo. O descubro quién soy después de este pocotón de años.

Ya no quiero trabajar, lo hago por dinero. Como lo hacen las prostitutas. Yo que una vez amé lo que hacía hoy lo detesto. Lo hago porque hay que hacerlo, porque es lo que hay pero no quiero. Me invento nuevos proyectos y en el camino los abandono, porque es una energía artificial. Dentro de mí, nada hay.

Irme cada día está más cerca. Pusimos a andar la rueda. Hay un país que nos recibirá, que nos acogerá como sus hijos adoptivos, la nueva vida está cerca, a la vuelta de la esquina. Entonces me ataca el miedo. ¿Podremos? ¿Seré capaz? ¿Cuándo volveré a tener casa, carro, trabajo, algo mío? Y lo más profundo ¿Qué pasara con quienes se quedan aquí? ¿Cuando volveré a abrazar a mi madre? ¿Cuándo volveré a caminar por la orilla de la playa con mis tíos? ¿Quién cuidará de mi gato? ¿Y  mi abuelita? ¿Pasarán necesidades? ¿Podré ayudarlos? Ellos son lo hermoso de mi país y voy a perderlo. Sólo quedaran las fotos, el skype, los recuerdos.

Escribo esto envuelta en un llanto amargo. Volvieron las lágrimas, las que yo creía desterradas, las que se gastaron en horrendas madrugadas electorales, las que se ahogaron tantas veces en mi corazón roto destrozado por sapos.

Me voy a ir.  Ganaron los malos.

miércoles, 17 de julio de 2013

Encuentros


Es casi mediodía en Doha, he pasado el día en el hospital esperando que Ana, mi prima ahijada, de a luz a su bebé. Con ella estamos mami, Carlota (mi tía comadre) y Frederick. Las madrinas vinimos desde Sur América como apoyo moral y hemos terminado de apoyo logístico.
Nada de lo que había vivido me había preparado para manejar en Doha. Los qataríes son más locos al volante que los zulianos y eso, para una venezolana, es mucho decir. Aún así me lancé armada de un GPS a las avenidas de Doha, yendo una y otra vez del hospital al hotel, del hospital a la casa de los Bradbury, del hospital a cualquier lugar en la ciudad.

Marcos no nacía. Ana respiraba, Frederick sujetaba su mano, mientras Carlota, Natalia y yo hacíamos Reiki, poníamos música de ballenas y usábamos aromaterapia en el cuarto del hospital. Quiero que nazca natural lloraba Ana negándose a la epidural. Mientras, un médico colombiano explicaba en Inglés a una enfermera pakistaní en qué momento debía, a pesar de Ana, dar lugar al procedimiento médico ordinario. Una invasiva cesárea. Esa palabra, cesárea, no la decíamos frente a Ana o lloraba más.

En medio de la sesión de afirmaciones susurré a Natalia: "Madre, tengo hambre" Sí, es un pensamiento prosaico cuando estás frente al milagro de la vida. La noticia corrió en medio del cuchicheo en Spanglish que teníamos, resulta que todos tenían hambre. Imposible dejar solos a Ana y Frederick en ese momento. Democráticamente se decidió "María Victoria va a comprar comida" y con esa solemnidad salí del cuarto rumbo al cafetín del hospital. 

Ese olor a clínica, hospital, remedio, desinfectante, es una cosa mundial.  Miré el cafetín y, en un cambio de opinión, salí rumbo a la avenida, al calor absoluto de Doha, cubierta con una pashmina en busca de una cafetería, de sol, de polvo, de arena, de algo distinto.  Cada bebé elige su nacimiento, pensé.  En un acto de valentía crucé la calle. 

Este lugar parece salido de 1950s.  En la hyper moderna Doha encontrarse con un lugar así es sorprendente.  Tal vez sea el capricho de un Qatarí, pensé mientras miraba todo lo que tenían escrito en el menú y un señor de algún lugar del sudeste asiático esperaba mi pedido.  Sonó la campanilla de la puerta, entró una familia, los miré sin realmente verlos.  Me volví hacia el dependiente y dije "Good afternoon."  Un hombre con facciones árabes se me acercó y me dijo: "Hola. ¿Me permites ayudarte?". Me sorprendió su perfecto español. Lo miré y le dije. "Hola. Vale, gracias. Sí, estoy un poco perdida".

Acababa de violar todas las normas de cortesía de Qatar, todo lo que me dijeron que NO hiciera.  El dependiente nos dió la espalda y el hombre desconocido me dijo. "Estás muy lejos de casa ¿trabajas para una petrolera?".  No, yo no lo conozco pensé. "Ud. ¿de dónde cree que soy?".  Esperé el típico, Venezolana por lo bonita.  Me contestó: Venezolana, por el acento. Sonreí y le dije, sí soy venezolana y no trabajo para una petrolera, estoy aquí por familia.

¿Qué deseas comer? preguntó.  Estuve a punto de contestarle: arepa, cualquier cosa, pero le dije, en realidad somos cuatro, vine a buscar algo para llevar, que sea ligero y lo pueda comer en el hospital.  El hombre no me preguntó nada, revisó la carta y me dijo, permiteme que te sugiera algo.  Escuché su sugerencia y cuando me disponía a ordenar él lo hizo por mí, confieso que me apresuré a tomar la cuenta y pagar, rezándole a San Cadivi para que esa tarjeta pasara del otro lado del mundo. Cinco segundos de espera -todos sabemos que son eternos- y voilá. Transacción aprobada. Firma, copia, recibo.  Espere un momento mientras preparamos su pedido dijo el tailandés (bueno yo creo que es tailandés el dependiente de la cafetería)

Gracias por la ayuda, dije. Me disponía a sentarme en una mesa a esperar mi pedido, cuando el desconocido me invitó a acompañarle en su mesa.  Dos señores mayores -pensé que eran sus padres- y una quinceañera. Imaginé que era la hija.  Me los presentó, en efecto eran los padres y una sobrina.  Resultaron todos ser libaneses, habían vivido en Venezuela muchos años, poco después de nacer Amira habían dejado el país.  Somos dos veces exilados me dijo el Sr. Chadi. Nos comportamos como venezolanos, les conté de mi prima y su parto, ellos me contaron de lo mucho que amaron Venezuela. Así supe que el amable desconocido se llamaba Omar y el padre de Amira es Ibrahim, ambos trabajando ahora entre Doha y Dubai.

El tailandés trajo mi orden, me despedí de mis amables compañeros y coterraneos; salí nuevamente al sol, al viento, a la arena y la locura de las calles.  Atravesé como una gacela el vestíbulo del hospital y ahí estaba nuevamente en el área de maternidad, cargada de comida y esperando noticias de Ana y Marco.  Siento que pasé tanto tiempo comprando el lunch que seguro ya Marcos habría nacido.  

Me encontré con Natalia y Carlota sentadas en un sofa. ¿Y Frederick?  Está en pabellón con Ana, contestaron a coro. Oh, oh! Puedo imaginarme el drama, la epidural, la palabra prohibida. Mientras comíamos ellas me iban actualizando, el drama no fue tanto, estaba ya muy cansada Ana.  Nos resignamos, Marco quiso nacer como quiso nacer.  Frederick entró con ella y a las abuelas les tocó quedarse afuera.

Un rato más tarde salió emocionado Frederick, soy papá nos dijo en español, nosotras lo abrazamos, nos abrazamos, que alegría.  Estaban todos perfectamente bien: Marcos y Ana.  No pasó mucho tiempo antes que volviera Ana a la habitación, ya toda repleta de flores y globos, muy adormilada y cansada.  Llegó Marcos, que alegría, lo cargamos, le dimos la bienvenida al mundo, bendiciones, afirmaciones, comenzaron los mimos.  Fotos, actualizaciones de estado, me gusta, retwitt, repost, de todo ocurria.

Llegaron los médicos, salí un momento al pasillo, no podíamos estar todos ahi.  Por el pasillo del hospital se acercaba una especie de globo caminante, un hermoso arreglo de flores, cargado de peluches y globos de colores. Deben ser los amigos de Ana, que exagerados con ese arreglo.  La persona continuó acercándose, llegó hasta mí y saliendo detrás de los globos me dijo: hasta que al fin te encontré!  Era Omar.


Son las 8:00 am, Vicky, Vicky, despierta... despierta Vicky, es tardísimo.


lunes, 20 de mayo de 2013

Del Amor y otras cosas que no digo


Blip suena mi smartphone, una actualización de un amigo, bajo demás en la pantalla y aparece una foto que una chica le compartió con la frase "Te Amo".  Que lindo que consiguió una chica que lo ama, pensé.  Esa frase siempre me ha parecido muy poderosa.  En el mundo todavía queda gente capaz de escribir, de decir: "Te Amo" Los admiro. Cuando lo he sentido me he quedado sin palabras.

No recuerdo haber dicho "Te Amo" mirando a los ojos de alguien. "Te quiero" se parece más a mis palabras y además lo siento más honesto.  He sentido amor, ahora ya no lo siento. Un día me robaron el corazón y en su lugar me dejaron un espacio vacío. Ojalá me lo hubieran devuelto roto, hecho trizas para pegarlo, destrozado en jirones para zurcirlo o convertido en un puzzle para armarlo. No. Mi corazón fue quemado y sus cenizas lanzadas al viento.  Tengo sí un aparato que bombea mi sangre para mantenerme viva, pero ya la gente, en particular, no me emociona.

Miro los enamorados, que felices se ven. No recuerdo cuándo caminé así deleitada, tomada de la mano de éste o de aquel.  Lo he intentado, por Dios que lo he hecho, he intentado amar de nuevo pero mi corazón sigue ausente y más que ternura o cariño, no logro sentir nada más que un absoluto aburrimiento. Quisiera decir que prefiero la diversión de una buena cama, pero sin un poquito de corazón, hasta el buen sexo al rato aburre.

No puedo decir que tengo rabia o el alma llena de hiel, tampoco siento amargura. Parece que el corazón también es necesario para odiar, y de eso tampoco tengo. Así que bueno estoy un poco dañada para eso de las pasiones, me dejaron inservible.

Si alguien sabe dónde conseguir un corazón de repuesto, que por me avise, pago en dólares.

Mi humanidad, o lo que resta de ella, es proclive a quererte cerca..

domingo, 28 de abril de 2013

Miss Eyre

Para quien me conoce no es un secreto la fascinación que siento por las novelas de Jane Austen, atrapada por Orgullo y Prejuicio desde la primera vez que la leí y adoro a  Mr. Darcy, como todas. Sin embargo sé que la literatura inglesa del siglo XIX tiene en las hermanas Brontë unas grandes representantes.  Les confieso que intenté leer Wuthering Heights de Emily Brontë y sufrí con el libro, lloré, me volví como loca leyéndolo hasta que finalmente lo abandoné. Jane Eyre fue diferente, llegué al libro a través de la película de 2011, que además no vi completa, sino un pedazo en HBO y me gustó tanto que me dije "tengo que leer este libro"

Leer cuando viajo es una tradición que tengo desde niña.  Antes paseaba con mis libros, ahora llevo una biblioteca en mi kindle.  El compañero de este viaje fue "Jane Eyre" y leerlo mientras se está en los Andes Venezolanos a 11 grados de temperatura ayuda a meterse realmente en el libro. Un libro que me gustó y me sorprendió, los diálogos entre Jane y Mr. Rochester son de antalogía, se siente la tensión entre ellos, es asombroso el desparpajo de ella ante un hombre de su posición -y edad- toda una osadía para los estándares de la época, lo que me hace suponer que en su publicación este libro causó revuelo.  Lo otro que tiene es que muestra de manera muy cruda los sufrimientos de la gente de la época, las enfermedades, el drama de la pobreza y la orfandad y cómo nuestra protagonista se va moldeando a través de ellos en una mujer bien compleja, con profundos valores morales, pero también emprendedora y dispuesta a crear su propia vida.

Jane Eyre es un libro bien escrito, la traducción que compré además está hecha de tal manera que leerlo en español resulte muy sabroso, es de esos libros que atrapan.  Al agarrarlo no pude soltarlo, la narración hecha en primera persona hace que además sea como una confesión que Miss Eyre te hace, lo cual lo convierte en una historia muy cercana y por ello, al menos en mi caso, se disfruta mucho más.

No les cuento más para que se animen a leerlo y como yo, se conviertan en amigos de Miss Eyre.

martes, 12 de marzo de 2013

Vago, casi desesperada y sedienta. Hambrienta de letras.  No de cualquier letra, no, de esas letras.  Suyas.  Eso pasa cuando me acostumbro a algo, a tenerlo fácil, cómodo, instantáneo.  Con el café madrugador, con el susurro mudo de la noche, con el sol avasallante, con el tráfico infernal.  Eso pasa cuando me acostumbro más que a algo, a alguien.

Los algo suelen ser fijos, estáticos. No les gusta salir de la rutina.  Por eso me aburren algo, o mucho.  Los alguien, por el contrario, son dinámicos, creativos, impredecibles.  Por eso no debo acostumbrarme a alguien.

Usualmente no lo hago. Eso, acostumbrarme.  Alguien pasa y lo contemplo, le miro, le leo. Alguien pasa y puede irse, sin que se le extrañe.  Se disfruta, sí, el tiempo vivido con ese alguien.  Se atesora, como quien atesora estampillas. No, no estampillas, como quien atesora libros y luego, después de leídos los da a otros ojos para que los disfruten.  No me acostumbro a los libros, ni a alguien.

Pero a veces pasa -y no me gusta- que llega alguien y se vuelve presencia. Presencia que no es estar, eso no es necesario. Presencia que es. Entonces me acostumbro, a algo de ese alguien.  Ya les he dicho, son cambiantes y de pronto, predeciblemente, cambia de una manera... como sea y deja de estar presente para simplemente pasar.

Pasa, pero yo no quiero que pase.  Está, pero no está como quiero que esté.  Entonces como un adicto busco eso de ese alguien. Ese alguien que alimentaba mis ojos con pastillas de poemas, con retazos de versos, con zurcidos de historias.  A veces creo que no sabe que le leo, o sabe que lo hago pero me ve pasar como alguien.

Hoy tocó salir a buscar mi dosis de poesía, gracias a alguien... 


Miedo


La sombra de una duda sobre mí se levanta
cuando llega el arrullo de tu voz a mi oído;
miedo de conocerte; pero en el miedo hay tanta
pasión, que me parece que ya te he conocido.

Yo adiviné el misterio cantor de tu garganta.
¿Será que lo he soñado? Tal vez lo he presentido:
mujer cuando promete y nido cuando canta;
mentira en la promesa y abandono en el nido.

Quizá no conocernos fuera mejor; yo siento
cerca de ti el asalto de un mal presentimiento
que me pone en los labios una emoción cobarde.

Y si asoma a mis ojos la sed de conocerte,
van a ti mis audacias, mujer extraña y fuerte,
pero el amor me grita: -¡si has llegado muy tarde!..
 
Andrés Eloy Blanco
Poeta Venezolano
1896 -1955 

martes, 20 de noviembre de 2012