Es casi mediodía en Doha, he pasado el día en el hospital esperando que
Ana, mi prima ahijada, de a luz a su bebé. Con ella estamos mami, Carlota
(mi tía comadre) y Frederick. Las madrinas vinimos desde Sur América
como apoyo moral y hemos terminado de apoyo logístico.
Nada
de lo que había vivido me había preparado para manejar en Doha. Los
qataríes son más locos al volante que los zulianos y eso, para una
venezolana, es mucho decir. Aún así me lancé armada de un GPS a las avenidas de
Doha, yendo una y otra vez del hospital al hotel, del hospital a la casa
de los Bradbury, del hospital a cualquier lugar en la ciudad.
Marcos
no nacía. Ana respiraba, Frederick sujetaba su mano, mientras Carlota,
Natalia y yo hacíamos Reiki, poníamos música de ballenas y usábamos
aromaterapia en el cuarto del hospital. Quiero que nazca natural lloraba
Ana negándose a la epidural. Mientras, un médico colombiano
explicaba en Inglés a una enfermera pakistaní en qué momento debía, a
pesar de Ana, dar lugar al procedimiento médico ordinario. Una invasiva
cesárea. Esa palabra, cesárea, no la decíamos frente a Ana o lloraba
más.
En medio de la sesión de afirmaciones susurré a
Natalia: "Madre, tengo hambre" Sí, es un pensamiento prosaico cuando
estás frente al milagro de la vida. La noticia corrió en medio del
cuchicheo en Spanglish que teníamos, resulta que todos tenían hambre.
Imposible dejar solos a Ana y Frederick en ese momento. Democráticamente
se decidió "María Victoria va a comprar comida" y con esa solemnidad salí del cuarto rumbo al cafetín del hospital.
Ese olor a clínica, hospital, remedio, desinfectante, es una cosa mundial. Miré el cafetín y, en un cambio de opinión, salí rumbo a la avenida, al calor absoluto de Doha, cubierta con una pashmina en busca de una cafetería, de sol, de polvo, de arena, de algo distinto. Cada bebé elige su nacimiento, pensé. En un acto de valentía crucé la calle.
Este lugar parece salido de 1950s. En la hyper moderna Doha encontrarse con un lugar así es sorprendente. Tal vez sea el capricho de un Qatarí, pensé mientras miraba todo lo que tenían escrito en el menú y un señor de algún lugar del sudeste asiático esperaba mi pedido. Sonó la campanilla de la puerta, entró una familia, los miré sin realmente verlos. Me volví hacia el dependiente y dije "Good afternoon." Un hombre con facciones árabes se me acercó y me dijo: "Hola. ¿Me permites ayudarte?". Me sorprendió su perfecto español. Lo miré y le dije. "Hola. Vale, gracias. Sí, estoy un poco perdida".
Acababa de violar todas las normas de cortesía de Qatar, todo lo que me dijeron que NO hiciera. El dependiente nos dió la espalda y el hombre desconocido me dijo. "Estás muy lejos de casa ¿trabajas para una petrolera?". No, yo no lo conozco pensé. "Ud. ¿de dónde cree que soy?". Esperé el típico, Venezolana por lo bonita. Me contestó: Venezolana, por el acento. Sonreí y le dije, sí soy venezolana y no trabajo para una petrolera, estoy aquí por familia.
¿Qué deseas comer? preguntó. Estuve a punto de contestarle: arepa, cualquier cosa, pero le dije, en realidad somos cuatro, vine a buscar algo para llevar, que sea ligero y lo pueda comer en el hospital. El hombre no me preguntó nada, revisó la carta y me dijo, permiteme que te sugiera algo. Escuché su sugerencia y cuando me disponía a ordenar él lo hizo por mí, confieso que me apresuré a tomar la cuenta y pagar, rezándole a San Cadivi para que esa tarjeta pasara del otro lado del mundo. Cinco segundos de espera -todos sabemos que son eternos- y voilá. Transacción aprobada. Firma, copia, recibo. Espere un momento mientras preparamos su pedido dijo el tailandés (bueno yo creo que es tailandés el dependiente de la cafetería)
Gracias por la ayuda, dije. Me disponía a sentarme en una mesa a esperar mi pedido, cuando el desconocido me invitó a acompañarle en su mesa. Dos señores mayores -pensé que eran sus padres- y una quinceañera. Imaginé que era la hija. Me los presentó, en efecto eran los padres y una sobrina. Resultaron todos ser libaneses, habían vivido en Venezuela muchos años, poco después de nacer Amira habían dejado el país. Somos dos veces exilados me dijo el Sr. Chadi. Nos comportamos como venezolanos, les conté de mi prima y su parto, ellos me contaron de lo mucho que amaron Venezuela. Así supe que el amable desconocido se llamaba Omar y el padre de Amira es Ibrahim, ambos trabajando ahora entre Doha y Dubai.
El tailandés trajo mi orden, me despedí de mis amables compañeros y coterraneos; salí nuevamente al sol, al viento, a la arena y la locura de las calles. Atravesé como una gacela el vestíbulo del hospital y ahí estaba nuevamente en el área de maternidad, cargada de comida y esperando noticias de Ana y Marco. Siento que pasé tanto tiempo comprando el lunch que seguro ya Marcos habría nacido.
Me encontré con Natalia y Carlota sentadas en un sofa. ¿Y Frederick? Está en pabellón con Ana, contestaron a coro. Oh, oh! Puedo imaginarme el drama, la epidural, la palabra prohibida. Mientras comíamos ellas me iban actualizando, el drama no fue tanto, estaba ya muy cansada Ana. Nos resignamos, Marco quiso nacer como quiso nacer. Frederick entró con ella y a las abuelas les tocó quedarse afuera.
Un rato más tarde salió emocionado Frederick, soy papá nos dijo en español, nosotras lo abrazamos, nos abrazamos, que alegría. Estaban todos perfectamente bien: Marcos y Ana. No pasó mucho tiempo antes que volviera Ana a la habitación, ya toda repleta de flores y globos, muy adormilada y cansada. Llegó Marcos, que alegría, lo cargamos, le dimos la bienvenida al mundo, bendiciones, afirmaciones, comenzaron los mimos. Fotos, actualizaciones de estado, me gusta, retwitt, repost, de todo ocurria.
Llegaron los médicos, salí un momento al pasillo, no podíamos estar todos ahi. Por el pasillo del hospital se acercaba una especie de globo caminante, un hermoso arreglo de flores, cargado de peluches y globos de colores. Deben ser los amigos de Ana, que exagerados con ese arreglo. La persona continuó acercándose, llegó hasta mí y saliendo detrás de los globos me dijo: hasta que al fin te encontré! Era Omar.
Son las 8:00 am, Vicky, Vicky, despierta... despierta Vicky, es tardísimo.
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