Me muero por abrazarte, me muero porque me beses cuando despierte... Decir que me muero puede ser una exageración, aquí estoy sentada, respirando, con mis funciones vitales perfectas, con el corazón acelerado... y no, no es una exageración cuando parece que me haces falta para vivir. Vivo normal, un día tras otro, como, ceno, trabajo, estudio, manejo, me río, hablo con otras gentes, voy y vengo... pero todo eso en tu ausencia es tan... tan insignificante.
Los pensamientos, me atosigan. No puedo dormir, no puedo manejar, no puedo hacer nada sin pensar en tí. Se me acabaron los kilómetros manejando en la inmensidad de este país, en silencio, solo el loop eterno de esta canción se repetía en la radio... y mi mente, mi mente llena de preguntas. ¿Qué he hecho? ¿Me voy? ¿Me quedo? No puedo pedirle nada, no debo pedirle nada, no soy quién para hacerlo. Solo soy una mujer que lo ama con locura, que en el fondo de sus ojos mira en el Universo, que no se encuentra si no está a su lado.
Desde hace un año el 90% del tiempo no me encuentro porque no estás, estás lejos, espejismo. Tan lejos como si estuvieras en otra dimensión, en otro mundo que no es el mío. Yo empeñada en tenerte en mi mundo, verte es como ver mi sol... me llenas de vida, de sentido y mis colores, mis colores se multiplican, mis alegrías son exponenciales, mis mariposas revolotean por todos lados y entonces todo ese trabajar, estudiar, reir, ir y venir, volar, nadar, todo tiene sentido. Para contartelo, para escucharte decir que jamás harías esas cosas locas que yo adoro hacer. Quiero cubrir tu piel dorada de besos, hasta que se me acaben los besos y entonces volverte a besar.
Y aún en esas horas, poquísimas horas maravillosas, la sombra de la realidad nos persigue. Quisiera tener un conjuro que llenara de luz la oscuridad, pero no lo tengo. Ah, racionalidad, que me estrellas en la cara las verdades. ¿Eres imposible? No, no eres imposible... aunque a veces parece. Vente, vente a mis brazos, no vuelvas más a esa tierra lejana... y sé que no puedes y vivo con esta dicotomía de amarte y tenerte lejos, de pensar y seguir pensando qué hago yo aquí y de olvidarlo todo, todo lo que lloro, todo lo que me duele tu ausencia cuando los astros o la vida se apiadan de nosotros y puedo volverte a ver y mis labios beben de los tuyos y mis lagrimas se cambian por risas y no toco estas teclas sino tus negros cabellos.
Todo eso pensaba Ingrid. Se repetían incesantemente estas palabras en su mente. Mientras él, al otro lado del teléfono le gritaba "Nunca te he amado. Nunca te amaré". De pronto se hizo el silencio. No respondió. Colgó la llamada y se secó una lágrima. Una lágrima ardiente, lenta y espesa. Gota de agua salada que parecía contener toda la angustia de esos años, toda la locura que la atormentaba y así, como por arte de magia o por magia del llanto, cesaron los fantasmas que la atormentaban e Ingrid volvió a sonreír...
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