Prefiero irme en silencio antes que dar un portazo. Tal vez sea sorprendente la quietud de mi partida, pero no creo que sea de un caballero armar halaraca. Mejor es irme así, con una callada sonrisa, que tal vez presagie un retorno... un retorno imposible. En cierto modo me gusta dejar esa sensación, que tal vez algun día cruzaré esa puerta otra vez, o mi voz se escuchará del otro lado del teléfono; probablemente porque ambas cosas ocurran, aunque en circunstancias totalmente diferentes, separadas por años de ausencia.
He aprendido a reconocer perfectamente el momento en que debo recoger mis palabras, besos y marcharme. Algunas veces mi obstinación me pone en preaviso. Hoy he abierto los ojos y veo que todo es imposible. Fantasía. ¡Que hermoso ideal! Ojalá la vida estuviera llena de sueños como estos... mas la vida está llena de cosas reales y tangibles, y esas son mis favoritas.
Cuántas veces quise llenarme de ella, jugarmelo todo por sus besos, perder hasta la camisa por su amor. Pero no, no me lo jugué todo, siempre reservé un gramo de cordura, que se convirtió en un kilo y, finalmente, en una tonelada. Me dejó pensar demasiado, sacar a pasar a la racionalidad, evaluar. Evaluar los pros, los contras. Las ganancias, las pérdidas. No me digan que la vida no es un Estado de Resultados, les puedo demostrar lo contrario, soy contador.
Manuel habla consigo mismo frente al espejo, mientras minuciosamente hace un nudo Windsor para atar su corbata azul. Mira por última vez esa habitación, ya sus cosas empacadas en dos maletas. Más tarde vendrá un empleado a buscarlas. Pensó en dejarle una nota antes de irse. Solo colocó sobre la almohada su tarjeta de presentación.
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