jueves, 29 de diciembre de 2011

Venganza

Son las cuatro de la mañana cuando el incesante repicar del teléfono me obliga a levantarme. ¿Por qué me llamará Beatrix a esta hora?  Atendiendo más dormida que despierta y escucho una voz casi de ultratumba del otro lado: Sabrina ¿puedes venir?  No llegué a preguntar qué pasaba, solo dije que sí y me coloqué un sweater sobre la pijama, tomé las llaves del auto y salí en plena madrugada a la casa de mi amiga.

Al llegar, la puerta entreabierta me llevó directamente a la cocina. Gotas de sangre en el piso y el silencio de la noche era interrumpido por una respiración jadeante.  Al llegar a la sala me encontré con este patético personaje atado a una silla y Beatrix cuchillo en mano, vigilante de cada movimiento de su presa.

Días atrás una situación como esta era inimaginable, ellos caminaban tomados de la mano por la ciudad.  Él juraba estar prendado de aquellos ojos azules y ella suspiraba por él, absolutamente por él.  Cualquier vecino pudo haberlos visto dándose besos en el parque, escogiendo manteles en la tienda, riendo felices.  Hace pocas horas dejé esa misma sala, luego de unas copas de vino, música y risas. No pensé que regresaría para encontrarme con esto.

No sabía ni por donde empezar a preguntar qué diablos había sucedido. Lo lógico habría sido revisar al herido, pero yo opté por sentarme al lado de Beatrix y quedarme en silencio.  Ella colocó el cuchillo sobre la mesa aún mirando con un azul endemoniado a aquel hombre que había jurado amar.  Suspiró y sin mirarme preguntó: ¿qué hacemos?

En ese momento reparé en la magnitud de lo ocurrido, todo estaba destrozado.  Los cuadros, los jarrones, el televisor, todo parecía arrasado por un tornado, por una tormenta.  En medio de todo esto: Froilán.  Atado de pies y manos, los labios hinchados, golpeado y arañado en rostro, brazos, piernas. Respiré y finalmente pregunté: ¿Acaso este es un juego sexual que salió mal?

Todo salió mal con este señor, respondió Beatrix sin un ápice de emoción.

Froilán llegó a la ciudad hace un par de semanas. Nos conocimos en una convención, él vino de conferencista y yo en el comité organizador.  Uno siempre termina por relacionarse más con algún invitado más que con otro, una tarde al finalizar la convención llegó Beatrix a buscarme y los presenté.  Simple cortesía con un extranjero. No imaginaba que en quince días pasarían de un encuentro casual, al amor y de allí a esto.

Terminada la convención Froilán se invitó a quedarse unos días en la ciudad.  La casa de Beatrix sería su hospedaje.  Ella fue la anfitriona perfecta y él un huesped deleitado, entre los mejores lugares de la ciudad y los mimos de una mujer que cada día parecía enamorarse más de él. Insistía Froilán en que quería asentarse aquí y muchas veces me preguntó si en mi organización no habría alguna vacante disponible para alguien con sus habilidades.

Lo miré con cara de asombro. Murmuró algo, casi no se le entendía.  Me acerqué un poco y me dijo: Es que no hicimos click. Wao! Click. Acaso eran un rompecabezas de plástico que al unir las piezas debía hacer click, pensé.  Me volteé y pedí a Beatrix que se diera una ducha.  A este señor hay que llevarlo a un hospital dije sin saber si ella me había escuchado.

Te voy a sacar de aquí Froilán, susurré.  Esbozó una mueca que parecía una sonrisa.  No, no sonrías.  Mira que después de vivir 15 días a costillas de una mujer y venir a decirle, a medianoche que tu no habías "hecho click" es como mucha desfachatez. Supongo que estas te resultaron las mejores vacaciones de tu vida.  Te voy a preguntar unas cosas, tu vas a asentir o negar con la cabeza.  ¿Estamos?  Asintió Froilán.  Tal vez pensó que había cambiado a una loca por otra, posiblemente era así, más yo estaba determinada a sacar a mi amiga de este lío.

Mientras se escuchaba el sonido de la ducha, acordé con Froilán que lo llevaría a la mejor clínica de la ciudad si juraba que todo había sido un juego sexual que se salió de control.  Que él había pedido que le hicieran todas esas marcas solo por placer carnal y que cuando pidió que lo asfixiaran su compañera se aterrorizó del estado en que estaba y llamó para que la ayudara.  Sin soltarlo, me dirigí a la habitación de Beatrix y encontré todo lo que necesitaba para darle el toque sadomasoquista a esa sala hecha trizas, por si acaso la policía decidía investigar.

Un poco más calmada salió Beatrix de la ducha, se enfundó en unos pijamas y entre ambas desatamos a Froilán, lo subimos a mi auto y lo llevamos a la clínica.  Los médicos de guardia se  horrorizaron primero y luego miraban con cara de asombro a las dos mujeres que llevaron esos despojos humanos a la sala de emergencia.  El policía que nos tomó declaración nos miraba con esos ojos lascivos que solo ellos saben poner, daba un poco de miedo pero mantuvimos el papel. Nunca supimos que dijo Froilán al policía.  El evento quedó catalogado como "accidente doméstico" y la cuenta de la clínica, cargada a la tarjeta de crédito del Lic. Cáceres.




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