lunes, 13 de junio de 2011

Joanne y Charlotte Carranza

La carretera obscura se presenta ante ellas, una soledad infinita que solo rompe el croar lejano de los sapos. La única luz viene de los faros de su auto, la luna y las luciérnagas están de huelga esta noche. Cantan en desafinado duo "I see you from the sky, and I wonder how long it will take me to get home" y transforman la cabina de su auto sedán en pista de baile imaginaria.  Ellas viajan de noche, aunque les reclamen siempre tan mala costumbre "Nunca nos ha pasado nada" responden al unísono a todo el que certeramente les reprende.

Desaparecen las curvas, y una recta con profunda caída las lleva hacia un valle. Han pasado mil veces por ahí, a cualquier hora del día.  Está más obscuro que de costumbre y Joanne enciende las luces altas, de pronto Charlotte emite un grito desesperado "¡Acelera!" es demasiado tarde para hacer algo, en el medio de la vía está un hombre, pero ellas solo pueden mirar el reflejo centelleante del acero que les amenaza.

Que fastidio vigilar esta carretera, piensa por enésima vez Juan Pablo. Como todas las mañanas sale de la comisaría en su vieja patrulla junto a "El Nuevo". Ya con diez años recorriendo la carretera panamericana sabe que siempre se va a encontrar lo mismo, una gandola volteada, un auto chocado o un puente caído. Nada diferente, nada emocionante. Juan Pablo soñaba con ser el Sherlock Holmes de su pueblo, pero no ha pasado de ser agente de alcabala. Esos que vemos aburridos en los operativos de los días feriados jugando con su celular.  

Whalley Rodríguez, está acostumbrado a que lo llamen por su apellido o por un apodo, desde niño ha tenido problemas con su nombre.  Ahora va a ser la autoridad, es lo que lo anima a ser policía.  Aunque ahora tenga que acostumbrarse a que lo llamen "El Nuevo".  Va callado, con los ojos pegados en la vía.  Llegan a "La recta del hacha", hay un cuento viejo que explica por qué la llaman así, pero él no se acuerda.  
De pronto, un auto verde a un costado, las puertas abiertas.  Se detienen cautelosos, ambos colocan las manos en sus armas de reglamento.  Caminan lentamente hacia el carro, no hay nadie. Las llaves están pegadas, en el equipo de sonido se repite una canción que no conocen. Dos bolsos de mujer en el asiento de atrás y afuera del carro, enredada en el tronco de una ceiba, se ve una pañoleta rosada. Fucsia diría Charlotte, es Fucsia.  Pañuelo Rosado anota Juan Pablo en el reporte.  Llama a la delegación de la policía, después de diez años tiene un misterio que investigar, intenta que no se le note la emoción.  No toques nada "Nuevo", tenemos que preservar la evidencia. Le dice muy serio. Rodríguez creía que podía llevarse aunque fuera un celular de esos inteligentes que quedaron en el carro, pero Juan Pablo estaba vigilante y lo mandó a la patrulla. Hay que conservar la escena del crimen.

Nunca habían pasado tanto tiempo calladas.  Sentadas en la esquina de un rancho de paja, con piso de tierra miraban con susto a todos lados.  Las había amarrado de una viga de madera, el grueso mecate les lastimaba las muñecas, pero no lloraban. Estaban mudas -increíble para el que las conoce- con la respiración acelerada. Joanne, rompió el silencio.

Charlotte, hermanita ¿estás bien?, susurró. Estoy bien, bien asustada, pero bien.  Afuera la soledad era impresionante, el hombre las dejó ahí hace horas y volvió a perderse en la espesura.  El calor parecía que las derretiría, temían desfallecer deshidratadas cuando un ruido las alertó.  Alguien se acerca.  Por la puerta del rancho ven 3 figuras, era el hombre del hacha con compañía. Ay no, se les escapó de los labios. Temieron lo peor.

Charlotte y Joanne Carranza desaparecieron entre la noche del viernes y la madrugada del sábado mientras se trasladaban por la carretera panamericana. Su vehículo se encontró en perfectas condiciones aparcado a un lado de la vía.  La policía no descarta ninguna hipótesis. Los equipos de búsqueda han iniciado sus labores. ¡Queda!  Gritó el productor de la televisora de noticias.

Esa es la finca de los Olaizola señaló Juan Pablo al equipo especial que llegó de Maracaibo.  El jefe de la estación lo había designado como enlace, en parte porque a él no le interesaba llenarse de garrapatas buscando dos sifrinitas que se perdieron en el monte y en otra porque García estaba realmente entusiasmado con ese caso. ¿Quién está a cargo de esta finca? le preguntó el Inspector Morillo.  El hijo menor de los Olaizola, es un muchacho callado, tranquilo. Casi no se le ve por el pueblo.  Venga, lo llevo a la casa de la hacienda que está cerquita

Con una navaja cortaron las cuerdas que las ataban, y sacudiéndolas violentamente las sacaron a empujones del rancho.  La luz del sol hirió sus ojos, los hombres las obligaron a mirar al piso haciéndolas caminar sin saber hacia a donde.  Las trenzas del zapato de Joanne se soltaron, y en un instante se enredó cayendo al suelo.  Charlotte intentó sin éxito sostenerla, uno de los hombres la zarandeó fuertemente mientras el otro, golpeando a su hermana la obligó a caminar.  Vete descalza chica, así no se te enredan los zapatos. En silencio, y llorando las dos hermanas se internaron más aún en el monte.  El Hombre del Hacha las dejó con esos dos peones mientras se alejaba a caballo.

Ya va a llegar el señor, insistía María la cocinera del fundo. Ya va a llegar el señor. ¿Quieren un cafecito los agentes?  La mujer está nerviosa pensó Morillo, mientras García bebía tranquilo el café colado con paledonias que les sirvió María.  Este caserón para un hombre solo, ¿no tiene amigas Olaizola? preguntó Morillo.  Ah no sé, en las cosas personales del señor yo no me meto oficial, no me meto. La mujer, los dejó en el corredor, adentrándose rápidamente a la cocina. A lo lejos, se divisaba un hombre a caballo.

Tengo sed dijo Charlotte. El hombre que la llevaba la golpeó en la mejilla. ¿Quieres agua? Dame un beso y te doy agua. Ella, no sabe de dónde sacó saliva para escupirlo. Con que salvaje la señorita, ya vamos a domar esta potra zaina. Otro golpe marcó el pálido rostro de Charlotte, enviándola al piso.  Dale agua chico, no se la vamos a entregar mallugada al patrón, dijo el otro hombre y de su cantimplora les dio de beber a ambas.

Olaizola desmontó el caballo y se dirigió a los hombres que lo esperaban. El sol de las tierras había bronceado la que una vez fue una blanca tez, al rostro lo acompaña un grueso mostacho y lentes oscuros; un hombre parco, casi tosco, no podrían sospechar que se educó en las mejores universidades del país.  Ustedes dirán para que soy bueno señores. Morillo le relató brevemente los hechos, omitiendo deliberadamente el pañuelo rosado que encontraron dentro de la finca, pidiéndole colaboración para buscar a las hermanas Carranza.  Como verá, prácticamente estoy yo solo en estas tierras, tengo unos pocos peones -dijo Olaizola- y no se los puedo poner a disposición para buscar a esas muchachas.  Pero si quiere pasar por mis tierras, pase. Aquí no encontrará nada más que pasto y ganado.  Los policías se retiraron, pero a Morillo había algo que no le cuadraba.  Si pudiera hablar más con María.

Los equipos de búsqueda seguían rastreando la zona. Morillo llamó a sus hombres de confianza y les pidió que concentraran esfuerzos en las tierras de Olaizola. Si las Carranza no estaban, seguro que pasaron por esas tierras.  El pañuelo rosa, no llegó a ahí por casualidad.  Y se llevan a García, que se conoce estos montes muy bien.  

La noche cae de nuevo, no hay ni rastro de las hermanas Carranza.  La búsqueda comenzará tan pronto amanezca.  Impredecible el clima de estas tierras hace que se desparrame una tormenta, como solo quienes viven en ese pueblo conocen.  Morillo teme perder evidencia, mientras Charlotte y Joanne temen por sus vidas.  Están en una mejor choza, afuera los hombres que las vigilan y ellas, amarrada la una a la otra, se toman de las manos y repiten sus oraciones. "No podemos perder la fe, no podemos perder la fe" susurran como un mantra.  Joanne tiene los pies rotos de tanto caminar descalza, mientras que la frente de Charlotte muestra las marcas de golpes que recibiera más temprano.  Esta noche el hombre del hacha no aparece.

García no puede dormir repasando el caso. Se repite mentalmente todo lo que ha ocurrido desde que amaneció.  Los hombres de Morillo planearon con él varias rutas para peinar la finca de Olaizola.  No puede ser que estén ahí, se repite. No puede ser.

A lo lejos se escuchan gritos, como de mujeres perseguidas entre los árboles.  Los peones entran violentamente a la choza, pero Charlotte y Joanne están calladísimas. Cuidado vuelven a gritar, las amenazó uno blandiendo un machete.  Ellas continuaron en silencio, mirándolo. En ese momento, otro grito desgarrador cruza la noche.  Los peones se persignan y de un golpe cierran la puerta que, de tan fuerte, estremeció los cimientos del rancho.

Vamos Charlotte, repite conmigo: "San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.  Se nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio" dijo Joanne. Pero Charlotte la miró severa y con un movimiento de nariz le señaló una pared.  Las luces oscilantes de las lámparas de carburo le daban un toque espectral a la pared de madera, en ella se observaba una colección de hachas y sierras en todos los tamaños.  A un lado, fotos de varios hombres, hasta un daguerrotipo vieron.  La más reciente, del hombre que las había secuestrado. ¿En manos de quién habían caído? Otra noche de insomnio para las hermanas Carranza, la más terrible de todas.



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