sábado, 9 de octubre de 2010

Vestida de Sonrisas


Su vestido de sonrisas era solo eso, una actitud ante la vida, un sonreír a veces espontáneo y otras ensayado mil veces ante el espejo. El traje de sonrisas era el antídoto contra los corsarios que amenazan el archipiélago, la esperanza de los corales que intenta salvar todos los días, la firma que acompañaba sus letras. Nunca pensó Minerva que, un día, sus sonrisas fueran más que un vestido; que su corazón se desbocara mirando palabras, que las sonrisas fuesen desde dentro del alma y ya no la cubierta que se pone una para mirar la vida con ojos limpios.

Esa noche le trastocó los sentidos, sus arrecifes coralinos sucumbieron ante la fuerza de aquel hombre con nombre de huracán. Tú destrozaste mis barreras le dijo Iván, pero Minerva no sabía cómo confesar que él se había saltado, de improviso, todas las pruebas, los ritos de magia, los campos magnéticos hasta dejarla solo cubierta con una sonrisa translucida y un corazón acelerado.

Lo mejor es irme a otro lugar, pensó Minerva, buscando tiempo para pensar. Apareció la oportunidad de marcharse a otras playas y, sin dudarlo, tomó su bote y se echó a navegar bajo un cielo cubierto de estrellas, ausente de luna y con la guía de fosforescentes corales, no quería ni su luz. Temió lo peor, temió la palabra que no escribe, no pronuncia. Es preferible poner distancia, hacer otras cosas, volver al mar. Empacó sus sonrisas y se fue al encuentro de sus amigos de siempre, sirenas y tritones, caracolas y caballos marinos.

Pero traviesa, su cajita negra con luces de colores se fue de contrabando en el equipaje…

Al regresar de una larga jornada entre las aguas encontró su mensaje “Nos vemos en tres días” Era muy tarde, Minerva no supo que contestar. La sonrisa se le tatuó en el alma y su corazón latió a toda velocidad.

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