lunes, 4 de octubre de 2010

Octubre en el Caribe

Las tormentas en esta época son muy frecuentes en el Caribe, las azules y hermosas aguas se transforman en un revoltijo de oscuridad, vientos y tempestades. Las luces, entonces, son imprescindibles para no perderse cuando, súbitamente, obscurece el cielo. Marinos, sirenas y tritones dependen de ellas para guiarse en la inmensidad azul salobre del océano.

Minerva no era ajena a estos vaivenes del mar y aunque no conseguía valor para confesarlo, a veces miraba las olas revueltas a lo lejos, el viento despeinando las palmeras y se sentía sobrecogida ante la fuerza del vendaval, como si de pronto amara esa furia y pasión destructora que desata el Caribe en Octubre. Pero para quien viste de sonrisas, esta obscuridad es inconfesable…

El mar ruge como enfurecido, recordándole a Iván que su cumpleaños se acerca. Él detesta la fecha, no porque 35 temporadas de huracanes lo hagan un viejo, aunque se siente así, sino porque significa que su trabajo en los faros se triplica. Va a las más remotas islas y cayos a cerciorarse que todo funcione bien, que ningún faro deje de iluminar en la obscuridad de estos días, que las comunicaciones funcionen perfectamente, que ningún azote del viento deje a obscuras las costas. No es un trabajo fácil -lo siente como atornillándole la espalda- pero es lo que aprendió a hacer y de eso vive. El tiempo para sonrisas y lágrimas está, sencillamente ausente en su vida… pero Minerva, ignorante de todo esto, encontraba divertido enviarle música a Iván en los susurros marinos.

Esa noche ululaba el viento, las palmeras parecían odaliscas enloquecidas por la fuerza del aire y Minerva se sentó, casi obligada, a mirar una película extraña. Había prometido a Patricio mirarla y devolvérsela al día siguiente, y como una promesa es una promesa (y más si era a su mejor amigo) armada de audífonos se dispuso a pasar la tormenta mirando esas imágenes raras. Fiel a su costumbre lanzó una botellita con toda fuerza al mar: “Viendo esta peli loca. Afuera llueve a cántaros”

No esperaba ella sus letras, ni el relato que él le traía en esa cajita negra de lucecitas verdes donde sus palabras se entrecruzaban, unos días más que otros…

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