Enciendo mi auto, de fondo Pavarotti canta a Puccini, pero yo no escucho nada; con los ojos fijos en la vía y la mente tratando de despejarse. El repique del teléfono me saca del aturdimiento, manos libres mediante atiendo para mentir descaradamente (segunda mentira en menos de 30 minutos) y aseguro dirigirme a una soporosa e inevitable reunión de trabajo; mi fama de trabajólica hace muy creíble eso de bussiness meeting un viernes por la noche. Mientras menos sepa, mejor para él.
Es increíble el cóctel de sensaciones que se pueden vivir en el tráfico citadino, los mensajes recibidos que no contesto, la congestión atrasando todo y yo intentando no pensarlo tanto. Me he atrevido a mucho para retroceder. Remordimiento no pinta por todo esto, será que no tengo consciencia, es posible; pero yo apuesto a este aburrimiento que lleva 5 años, dos novios y un auto verde.
Fashionably late, o sea 45 minutos más tarde, llego al restaurant. Lo típico, el valet parking, estacionar, dejar las llaves, acordarme de donde puse el ticket (siempre los pierdo), respirar profundo y caminar hacia él. Tengo tiempo de calmarme, tengo tiempo de calmarme me repito como un mantra. Lo miro acercarse, que bien le sienta ese look informal, noto los mechones plateados de su cabello bajo las luces, que confieso me parecen super sexy, sonríe y así, de pronto cuando me acerco a saludarle besa mis labios, frente a medio mundo, como la cosa más natural… y como la cosa más natural mi pie derecho se despega del suelo y justo en ese momento sé que estoy perdida, al menos por ese instante, entre los brazos del recaudador de impuestos…
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